sábado, 7 de maio de 1983

Añoranza

¿Qué idioma ganaría las olimpiadas para expresar esa inefable tristeza alegre de recordar, con sonrisa suave y tierno cariño, el tiempo, la gente, los lugares, las experiencias que han pasado? Sospechosamente sospecho que la medalla de oro sería disputada en un emocionante sprint final entre el portugués y el español, entre saudade y añoranza. Pero la victoria sería indubitablemente española, gracias al poderoso refuerzo de ese verbo único que me permite añorar. Qué equivocada estaba mi profesora de Português del 10º año, que creía que sólo en portugués se sentía saudade. En portugués tenho saudade, en español añoro. Y cómo añoro mi niñez vivida en español.



¿Dónde está Buli?


Sólo puedo sonreír al mirar esta foto, sacada, quizás en 1983, en el recreo del Instituto Español en Lisboa (enviada por uno de mis primeros grandes amigos - ¡gracias, Bruno!). Compartí felices años con este grupo. Aprendiendo a leer. A escribir. A dibujar. Sumar y restar. Multiplicar y - ¡qué reto! - dividir. O, peor aún, ¡calcular la raíz cuadrada! Cantando juntos la tabla del 2, del 3, incluso la del complicado 7. Leyendo cuentos. Los primeros libros. Cantando villancicos. Compitiendo por el mínimo de errores en dictados. Escribiendo nuestras primeras historias. Realidad y fantasía. Endureciendo manos, codos y rodillas contra el suelo del recreo. Las primeras cicatrices físicas. Quizás una u otra emocional. Destruyendo un par de zapatos ortopédicos al mes jugando al fútbol. Partidos de vida o muerte contra la eterna rival clase B, más competitivos y emocionantes que la final de la Copa del Mundo. Y si no había balón (porque se había pinchado o volado a la escuela portuguesa o a la huerta del vecino), jugábamos al fútbol humano, que no tenía nada ni de "fut" ni de "bol". O al mata. Al "techo". A policías y ladrones, donde empecé a notar que podía correr más rápido que los demás. Y terminado el recreo volvíamos sucios y sudados a clase. A resolver a contrarreloj los primeros problemas matemáticos ("proglemas", hasta que vi escrita la palabra), donde descubrí alguna habilidad y un curioso placer. Los resultados académicos se traducían en PA (Progresa Adecuadamente) o NM (Necesita Mejorar) - una buena forma de evaluar nuestra vida hoy en día, ¿no? Salíamos en divertidas visitas de estudio a museos de la ciudad, al vecino acuario Vasco da Gama, al planetario, a la fábrica de Coca-Cola o de Olá (¡hmmmm!). Invertíamos recreos lluviosos en trabajos manuales para el día de la Madre, del Padre, Navidad, Pascua, Carnaval: maceteros, marcos de fotos, belenes, máscaras, cajas, platos pintados... ¡Tantos recuerdos! La alegría de traer un regalo a Papá y a Mamá. El orgullo sano por una nueva habilidad, una obra de arte.

¡Gracias, señorita Angelines! Por todo esto, especialmente por el respeto, el cariño, la dedicación. Siempre. Incluso cuando no nos portábamos tan bien. Sólo recuerdo buenas energías suyas. Sé que le debo mucho de lo que soy hoy. La recuerdo con mucho cariño, tal como, seguramente, miles de otros alumnos que tanto le deben.



Quizás porque es un hecho, quizás por esta infancia feliz, años más tarde, cuando mis aventuras profesionales me llevaron a vivir algún tiempo en México y en El Salvador, me di cuenta de cómo la vida suena mejor, tan más alegre, en español. Como si bastara cambiar de idioma para que la vida cambiara de color. ¿Y por qué no?

En México, hace tres años, sentí el colmo de esa feliz embriaguez, mixta de alegría y añoranza, cuando fui con mis compañeros de trabajo a ver el musical "Hoy no me puedo levantar", com músicas de Mecano, grupo contemporáneo de la foto. ¡Añoro vivir en español!



"... a los que ya no están echaremos de menos
y a ver si espabilamos los que estamos vivos..."